Que la violencia de género y las actitudes de terrorismo en
la pareja son una lacra lo sabemos, ahora bien, ¿actuamos cuando conocemos uno
de estos casos en nuestros ambientes? ¿Por qué se defiende al maltratador,
incluso a sabiendas de que lo es, incluso por parte de la víctima? Este modesto
artículo intentará poner en claro alguna de estas cuestiones.
Estudiemos al agresor. El biotipo de estos subseres es el de
carroña sin escrúpulos que busca un fin determinado: conseguir meterse entre
las piernas de una chica determinada sin que para ello importen los métodos o
las consecuencias de sus acciones. El agresor busca satisfacer sus apetencias,
y ante esto, le importa un comino hacer todo el daño que pueda, a sabiendas de
que lo hace, a la otra persona. Es más, si observamos con atención al agresor
veremos que encuentra placer en estas actitudes. Su libido no opera conforme a
la normalidad, sino que necesita hacer daño para vigorizarse. Es una de las
características del agresor.
Otra característica es que busca víctimas potencialmente
débiles, el agresor calcula milimétricamente cual es el tipo de inteligencia
emocional de su víctima. Decimos esto porque la base de la agresión es el
dominio psicológico sobre la víctima, de ahí que los agresores midan bien cual
puede ser la respuesta que reciba. Huelen a kilómetros a las chicas con
problemas, a las chicas que sufren o simplemente a las víctimas que no están
habituadas a este tipo de tretas. Ojo, no significa que la víctima sea idiota,
sino que la inteligencia emocional, los mecanismos de autodefensa mentales hay
que aprender a desarrollarlos. Como digo, los agresores buscan los blancos
fáciles.
Otra característica es la capacidad del agresor para
mimetizarse y empatizar con la víctima en los momentos previos a la conquista.
Esto significa que el agresor no dudará en adoptar las actitudes,
comportamientos y pensamientos que más concuerden con la personalidad de la
víctima para así ganar su confianza. Es decir, el agresor camufla su
personalidad bajo una careta, bajo un falso rostro. Por ejemplo, si la víctima
es una chica con inquietudes feministas, el agresor no dudará en presentarse
como el súmmum de todo feminismo, como un tío comprometido contra las actitudes
sexistas, con el fin de ganar simpatías ante su víctima. Evidentemente, todo
ello es cuento chino.
Una vez que el agresor consigue entrar en el círculo de
confianza de la víctima, se presentará como una persona encantadora, un dechado
de virtudes. Todo por un cierto tiempo, para así elaborar una mejor coartada
ante la sociedad cuando despliegue sus malas artes. “Cómo va a ser un
maltratador ese chico?”, ese es el efecto que buscan con estas actitudes,
cubrirse las espaldas en lo que vendrá a posteriori.
Sin embargo, toda falsedad es finita. Poco a poco se va
cayendo la careta. La víctima comienza a notar pequeños detalles que no cuadran
con lo que le habían vendido. El agresor empieza a cuestionar, primero
levemente, a la víctima. Es el primer paso de la dominación e imposición de la
psique del agresor sobre la de la víctima. Sin embargo, el agresor no dará un
nuevo paso en esta escalada hasta que sea consciente de la dependencia
sentimental de la víctima hacia él. En este proceso, se anula la inteligencia
emocional de la víctima y se la sustituye por la dependencia total hacia la
persona agresora. El efecto máscara, el disfraz del agresor, va dando poco a
poco sus frutos sin que la víctima sea consciente. Esta es la etapa sin duda
más nauseabunda, y que nos muestra la falta de escrúpulos de los agresores: el
cómo son capaces de aguantar lo que haga falta hasta saber que han conseguido
sus fines, y una vez así actuar. Pura maldad.
En este ciclo, llegamos a la fase en la que el agresor
comprueba que tiene la sartén por el mango. Es ahí cuando se destapa. Sabe que
con la dependencia de la víctima va a tener todas las cartas a su favor.
Comienzan los acosos, aquella maravillosa persona del principio de transforma
en un ser despreciable que está constantemente encima de su víctima,
controlando, marcando el paso, llevando a su víctima por el camino que el
desea. Generalmente, y debido a la cobardía de los agresores, esto se combina
con violencia física. La personalidad de la agredida puede aún reaccionar ante
estos hechos, ante lo cual el agresor reacciona con violencia. Sin embargo, es
tal ya la dominación psicológica por parte del maltratador que la propia
víctima exculpará estos hechos. El terrorista de género ha conseguido su
objetivo, anular la personalidad de su víctima.
Evidentemente esto crea una gran infelicidad a la víctima,
un gran dolor, una pésima experiencia que muchas veces queda ya grabada por
siempre en la personalidad de la agredida. Se traduce en crisis de ansiedad,
falta de autoestima, depresión, misantropía, e incluso en los casos más graves
tendencia al suicidio. La víctima sufrirá enormemente pues no ve la salida a ese
pozo, puesto que su inteligencia emocional ha sido anulada y tiene dependencia
de su agresor.
A esta situación, que no a los perniciosos efectos se pone
fin de dos maneras: la primera, y menos frecuente es que la víctima corte por
lo sano con dicha relación tóxica. La segunda, y más frecuente, es que el
maltratador se canse del juego, se canse de la víctima. Una de las
características de estos subseres es que buscan constantemente nuevas presas a
las que hacer sufrir, como si de trofeos de caza se trataran. Por increíble que
parezca, esto no es una liberación de la víctima, sino que esta misma asume e
interioriza el hecho de que la culpa es de ella, que ha fallado, que no ha estado
a la altura de las circunstancias. En resumen, asume la culpa y aumenta su
sufrimiento.
Ya hemos hablado del agresor. Hablemos del entorno, es decir
de los ambientes en los que se mueven agresor y víctima. Tenemos que tener
claro que tipo de personajes son los agresores, el cómo actúan y el daño que
causan. Esto implica que los entornos, y más si son entornos antifascistas,
deben dar la espalda no sólo a estos comportamientos sino condenar al
ostracismo social a los agresores. Si se supone que creemos en una sociedad
opuesta al individualismo, donde lo importante es la comunidad, un problema de
maltrato y agresión no es un caso aislado sino que es un problema comunal.
Quién agrede a una miembro de esa comunidad, está agrediendo a la comunidad
entera.
Y para terminar, briconsejos para las chicas. A la hora de
ligar, hay que pensar más con la cabeza que con los genitales. Muchas veces, se
escogen hombres dónde no se ve más allá de lo “guapo que es”, o el “cuerpo que
tiene”, dejando que los instintos primarios obnubilen la razón. Amén de eso,
los eslóganes tales como “lo importante es lo de dentro” o la actitud contra la
cosificación de los cuerpos, contra la superficialidad, se quedan en eso, en
meros eslóganes. Es por ello que muchos maltratadores consiguen reincidir, o
por esto se explica que se les siga dando coba. Existen parejas o ligues que
merecen la pena, tan sólo hay que ver más allá del envoltorio.
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